A veces cuentas historias extrañas, porque a la gente que conozco le ocurren cosas extrañas. Cosas que pueden ser consideradas fantasías, pero yo confío quien me lo ha contado a mí, y por tanto son hechos reales.
Narro la historieta a un grupo de personas que callan, casi se puede oir el silencio. No me creen, pero no me lo han dicho. Seguramente por respeto. Cuando les miro y afirmo que no me creen me miran a los ojos y me dicen: no, no tiene sentido, no creo que ocurriera así.
Si hubiera sido una vivencia mía la cosa cambiaría, serían escépticos pero habría margen. Pero como son amigos míos me miran a los ojos y me dicen que no creen que lo que cuento sea cierto. Por eso se puede confiar en las personas, porque te miran y te dicen la verdad, aunque no eso no sea lo que quieres oir.
Y luego otra persona a la que no habías dirigido la mirada mientras contabas todo porque sabes que reparte siempre para todos y en cantidad y que le estás dando carnaza, te dice Yo sí te creo. Y también te mira a los ojos. Le has evaluado mal, te está tendiendo una mano.
Son esas miradas sinceras lo que hace qué aprecie más a la gente. No las miradas insolentes, las que te dicen: estoy diciendo lo que pienso, de verdad. Te guste o no.
Es mi gente.
lunes, noviembre 20, 2006
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